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sábado, 21 de enero de 2017

RELATOS ADOLESCENTES - PARTE III

1 de septiembre de 1985


Es casi medianoche y no sé por qué aparece en mi mente algo rarísimo que me pasó este viernes. Alrededor de las 19 o 19,30 hs. salí a la puerta, estaba aburrida y, a la vez, no encontraba nada que hacer (aunque tenía bastante).

El caso es que estaba parada en la puerta de casa. La cuadra no estaba muy iluminada, sólo la luz del almacén y su movimiento daban un poco de vida a la calle. No sé el tiempo que llevaba allí, mirando la gente que pasaba sin prestarles ninguna atención, cuando al mirar hacia la esquina vi la figura de un muchacho que se acercaba. Aunque sólo distinguía su silueta, no podía ver siquiera sus rasgos porque todavía no estaba en la zona donde daba la luz. ¡No puedo recordar por qué!... recordé a un chico que había conocido en Sabbat, un sábado, en febrero.

Recuerdo que fue una noche estupenda, bailé con él casi todo el tiempo que estuve ahí, me divertí tremendamente. Charlamos lo que pudimos, por la música, y ¡aunque parezca mentira!, y a pesar de que me dijo el nombre tres veces, no lo sé. No es que no me acuerde, no, sino que la música estaba tan fuerte que no pude escucharlo y me dió vergüenza volver a preguntarle por cuarta vez. Por lo poco que pude entender, creo que se llamaba Ricardo o algo parecido.

Después de un tiempo (dos o tres semanas) lo volví a encontrar, es decir, me lo crucé en una esquina; y, a mitad de año nos encontramos en un kiosco. En ambos casos creo que a los dos nos pasó lo mismo, fue, primero, como un encontrarse el uno con la mirada del otro, después un "hola" o un "chau" que no se animaba a salir de nuestros labios pero salía y sonaba un poco así como sorprendido, y finalmente el retomar nuestros caminos sin tener la seguridad de sí debíamos seguir o para a hablar, sin saber realmente qué era lo que teníamos que hacer. Una cosa era clara, cada uno se acordaba del otro, y, no sé él, pero yo me quedaba sorprendida, y aún lo estoy, con el hecho, la seguridad, de que me recordara.

Volviendo al viernes, sin tener la posibilidad de saber quién era esa persona que se acercaba por la vereda de enfrente, pensé en él. Y... oh sorpresa! ¡Era él!. Me saludó como sorprendido, me miró y siguió caminando. Como yo lo miraba, él dejó de hacerlo por un momento, siguió caminando, cruzó de vereda y volvió a mirar.

Yo. Parada en la puerta de casa, hacía lo mismo. Es decir, cuando miraba y descubría que él también lo hacía, me daba vuelta por un segundo, pero algo podía más que yo y volvía a mirar. No sé si es lindo o feo, sólo que es alto y tiene el pelo oscuro. Creo que no importa. Como fuese, me gustaría volver a encontrarlo pronto y, eta vez, charlar...


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